1.4.11

La Pieza

El sonido de sus pasos cobijaba la galería. Dibujos, pinturas, grabados, instalaciones, fotografías y transparencias alimentaban su hambre de inspiración, influencias externas.


Paredes blancas adornadas, sofocadas por trabajos anónimos extranjeros de otras latitudes menos calurosas oían los pasos suaves, sonoros de aquellos zapatos kilometrados del hombre sin nombre, mutilado de sentimientos ajenos, envidioso de ideas, ladrón del tiempo e inmortal vista. Su camisa blanca, arremangada en sus brazos dejaba ver las ilustraciones que un día sin número en su adolescencia, una mujer sin apellido dibujara sobre su piel ceniza; ilustraciones que al mirarlas lanzaban a los ojos expectantes a un mundo de dicha y falsedad.


A lo largo de las salas de la galería, las ilustraciones se alimentaban del arte exhibido, sus brazos se volvían mas coloridos, memoria ilustrada, por fin se podía ver la memoria de los pasos de un hombre. Cada metro de vida recorrido se podía ver en cada centímetro de la piel de sus brazos; aunque ya quedaba poco espacio sin color -lo que podría indicar que sus días estaban por llegar a su fin- la belleza de esos recuerdos era sin igual.


El otro día que lo encontré en esa misma galería no vi espacio libre en su piel, en sus brazos, antebrazos, bíceps, la full-sleeve de su vida estaba completa; ya ahí, en medio de la galería, sobre la duela lustrada, aquel hombre se hincó, ambas rodillas tocaron el suelo y su aliento se disolvió con el del aire acondicionado, sus brazos cayeron libres a los costados de su experimentado cuerpo y su cabeza se inclinó como diciendo una oración. No hubo más que mirar, la nueva adquisición, una obra que tardó más de 27 años en completarse, se mostraba en el centro de la galería.

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