17.2.11

Cazeria de brujas

Con el alma linchada en el árbol marchito, huelo el pavimento y añoro besar el suelo

Efecto Bonzo

Acabo de ver una foto, quisiera quemarla, guardar las cenizas en un cofre y tirarlas al mar para que el el rencor, los celos, el dolor y la envidia sean eliminados de este mundo terrenal. Y parado en la barca del olvido, prenderme fuego...

El Baile

Musica taladrando el oido de los inocentes, notas escupidas en la frente de la luna, bailando al compas de la oda, nos suicidamos con un minuendo de vals.

Amor

Sobre el frio y crudo pavimento camino descalzo, con la sangre sobre mi espalda, te llevo hacia el cementerio a morir felices en el matrimonio de nuestra muerte.

Brindis

Cruzando el umbral del miedo, brindo un poco por el pasado y rezo al viento un mejor respirar. Quemando mi piel vieja raspada contra la piedra del nuevo amor.

Visita Flash

Esta chica habla de dichos y refranes, y los asistentes ríen, aquel caballero con un resfriado sorprende con léxico antiguo decorado

Suicidio musical

En la fuente la luz es cegadora, el alma en el suelo y las armas en las cienes. Do Re Mi Fa Sol La Si... Bang !!!!

Frán y el rascacielos

‎254 pisos, Frán miró hacia abajo, las alas de dos palomas movieron sus rojos cabellos. Las ventanas aun reflejaban los destellos del sol, una figura partió el edificio por la mitad como un sable ancestral. Frán toco el suelo y pudo estar nuevamente con el su amado en el barco sucio de la armada britanica.

Lineas de sal

Lineas de cocaína en el cielo azul esperan ser inhaladas, aviones acrobaticos desafiando la gravedad, caemos por una sobredosis sobre el campo de negro maiz, infestado por la plaga salina.

Fuente de Agua de Mar (Versión Final)

La fuente admiraba los latidos de los tacones falsos usados, tomados, abatidos de tanto subir y bajar las lomas de un corazón, cubiertos por la brisa de la ruidosa tormenta manipulada por un jardinero gordo y viejo, senil de mente, pero no de imagen, que leía aquel misterio enmascarado, una historieta sobre la vida y la muerte en Marte, mientras aquellos tres arrojaban destellos de recuerdos al fondo de la fuente ignorante de memoria. Cada moneda que se desprendía de sus manos alimentaba aquel profundo apetito voraz pasivo húmedo y sucio. Las ondas formaban valiosos ojos hipnóticos que transportaban al espectador a un mundo de dicha y carcajadas.

  • Dame tu mano y pisa junto conmigo – Susurraba aquel joven trémulo.
  • No – Apenas murmuró la joven floral.
  • Unidos atravesaremos las cortinas de las cascadas vírgenes, demostrando que nada ni nunca la delgada capa del vacío llegará a separarnos; el adhesivo que mantiene nuestras ideas se hará fuerte con el pasar de los vientos.

La marea subió violentamente, brusca, en este mar sereno, llevándose consigo a la joven, dejándolo a él solamente cubierto de sal. Con la mirada en el suelo, pudo observar el medio paso que la joven había dejado. Un diminuto talón marcado sobre la mugre que escupe el mar cada que un amor osado y lleno de nada, vacío de todo, se apresura a rasgar el velo del tiempo, se había quedado grabado en la piel sensible de las rocas.

Ahora casado con una mujer árbol, el joven, todas las mañanas devora manzanas y planta las semillas cerca del mar, en línea recta al talón fósil, esperando pescar el preciado manjar perdido en una noche de octubre, octubre de agua salada en un vaso de vidrio artesanal.

14.2.11

Estrellas (Versión Final)

La noche bañaba los ojos y el frio provocaba convulsiones involuntarias en los músculos de Filip. Cada que miraba al cielo podía mirar las estrellas, titilantes de calor a la lejanía, horadando la negrura del vacío en eterna expansión. Filip se preguntaba donde y cuando podría encontrarse el de no estar mirándolas en estos momentos. Mientras se perdía en su contemplación, la charla cargada de fierros, tarjetas, monitores y armatostes no llenaba su atención; comentarios perdiéndose en lo cotidiano, en la mera y superficial construcción de maquinaria pseudo inteligente.

Pero Filip no se dejaba impresionar, leves oraciones llegaban a sus oídos y eran barridos por la belleza de la oscuridad sobre su cabeza. Conjuntos, parejas, tríos, de aquellas bailarinas nocturnas lo llamaban al vals, el compás marcado en sus movimientos producía una sonrisa pura y sin pecado; el emisor y receptor de la superficial charla vieron en Filip un gozo como el que ellos no podían obtener en sus maquinas torpes, en su ignorancia se mofaron del observador; sin embargo, Filip ya no estaba ahí junto a ellos, estaba sordo para este mundo terrenal, mudo en sonidos humanamente articulados. Sus sentidos se habían transformado en una red de nervios con millones de sentidos más vastos, tanto que los pertenecientes a los hombres eran como un cosquilleo casi imperceptible y sin comparación.

La frontera había sido traspasada. Filip solo les devolvió una sonrisa con su fulgor de estrella nocturna.

Felicia (Versión Final)

El frio laceraba las mejillas de Felicia, diminutos copos de nieve le daban un estilo diferente y atrevido a su abrigo negro recién comprado. Con las manos en los bolsillos, caminaba sobre la vieja carretera, por la línea amarrilla del acotamiento deseaba llegar a ningún lugar, ella solo quería abandonar la casa verde de interés social.

El humo que despedía la casa coronaba la caminata de Felicia, y según ella creía ver, el humo la seguía, acusándola de un crimen que no cometió, una farsa que sería plantada en sus actos. Y es que la casa ardía en llamas tan grandes para un hogar tan pequeño, los demonios dentro de ella se regocijaban en el fuego que parecía nunca claudicar ante el viento. Incluso, algunas personas se acercaban para bañarse en calor, el invierno les había jugado mal, la electricidad fue cortada y no había forma para esas personas de generarse calefacción.

  • ¿Me amas? – Preguntaba Felicia, sosteniendo una taza de té de hierbabuena en sus manos, sentada en el lado más sucio de la mesa.
  • ¿Porque? – Respondió aquel hombre tumbado en el sillón como un desempleado burocrático. Felicia enfureció. Detestaba las preguntas como respuestas, miró su taza y lanzó otra cuestión.
  • ¿Me dejaste de amar?

La indiferencia del hombre dejó sin aliento a Felicia, el enmudecimiento de Jael solo podía significar dos cosas: el maldito duende enfermo del engaño, o la mera y barata degradación del amor. Sin embargo, ella esperaba oír este silencio para decidirse a dejar atrás su asquerosa miseria, por lo que terminó su té, lavó la taza, empacó la poca ropa y baratijas que aún le quedaban en esa casa y salió sin siquiera decir una palabra, le pagaron con silencio y daba cambio con la misma moneda.

Ya afuera, no sabía dónde ir, sus pinturas no le pagaban la renta y las noches como violinista en un restaurante semi-fino le desgastaban el entusiasmo y el bolsillo. Así que, sin rumbo fijo, Ana Felicia, como la llamaba su madre, limpió su mente y coció la herida ahí en medio de la sucia y helada calle. El aire frio entumeció sus nervios y congeló la sangre, mejor situación no podía encontrar para una sutura con precisión quirúrgica como la que se había hecho.

Aunque el anestésico natural del invierno y el repentino borrado que su mente se había auto realizado le daban el paso para una nueva vida, Felicia aun recordaba el primer día, sentados ante el suicidio del sol en una tarde de verano añejo. Con 50 monedas en el bolsillo, una vida de sueños y alegrías había pasado por sus ojos ansiosos de felicidad, mientras la agonizante tarde daba paso a las alimañas nocturnas para acechar la dulce miel de los enamorados.

Jael entrelazando sus dedos con los de Felicia, los llevó a su linda cara, salpicada de la dorada sangre luminosa del astro, y rozando sus labios con las puntas de sus dedos, la besó con furia, sin crueldad, sumiendo sus anhelos en sus bocas, robándole al tiempo un suspiro fatal. Sin perversión, se miraron a los ojos, después del beso puro y supieron cual era el futuro de aquello que con palabras los hombres llaman amor. Tal vez, ella sabía que el resplandor del sol le anunciaba la cruda conclusión que tendría esa relación, y es que las llamas pintaban el rubor de sus mejillas en este atardecer de invierno.

Ahora, mientras las sirenas inundan la noche y el antojo de un cigarrillo humedece su garganta, Felicia busca en su bolso el encendedor que su abuela le diera en su cumpleaños… sin éxito.