27.9.11

Azucena y el espejo

El espejo le mentía. Se decía sin parar. Sus ojos miel recorrían cada pliegue, cada línea y cada poro de su rostro, infestado de diminutos puntos acaramelados salpicados, indefensos, atentos. El espejo le mentía, repetía en susurros con labios finos, rosas, suaves, lisos, cautelosos; el espejo le mentía, el espejo le mentía. Desnuda se veía, su ropa oscura era mas clara que nunca, no había tal, perdió sus ropas, sola y rodeada del vacío, seguía mirándose al espejo que silencioso y astuto, le mentía.

Su identificación clamaba que su nombre era Azucena, su apellido borroso, la había apartado de un hogar. Tirada en su habitación, la identificación no le mentía, únicamente el espejo no le decía la verdad. La foto en esta, aunque de algunos años atrás parecía acusarla de los excesos, esta no le jugaba mal, es mas, la elogiaba. Con su manos tibias, tomó la identificación, la guardó en su bolso café y viejo, se sonrió para sí misma, se sentó en su mesa – que alguna vez fuera testigo de largas noches de desvelo – y comenzó a escribir unas líneas en hojas amarillas que rezaban: hoy me he visto y no era yo. El reflejo de esa persona me aturdía, doblaba mi conciencia y cortaba mi respiración. Una extraña en mi casa. Deseo matarla, ahorcarla, apuñalarla; pero me es imposible. La he visto en sueños y en divertidos parpadeos, aunque me domine su sonrisa lineal, siento muy en mi el deseo de matar.

La luz de su habitación se perdió, y así en todo el bloque de departamentos. Caminó, sintiendo cada pared, cada marco de puerta, evitando un tropiezo hasta llegar frente a su espejo. Alzo su mano, sus dedos se alcanzaron a multiplicar al momento que la sensación de sangre colmaba su yemas. El espejo quebró. Después se quebró tres veces más. La luz volvió, dejando solo una imagen en su cuerpo plata. Azucena veía su cuarto de baño invertido y su novio nunca vería las cuarteadoras en el espejo. Azucena viviría ya dentro del mentiroso.

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